Kiev ha perdido por ahora el pulso que le ha echado a la población del este de Ucrania. En esa parte del país se mezclan la influencia rusa y los problemas económicos con el recuerdo idealizado de la época soviética.
El 11 de junio de 2012 durante la Eurocopa que organizaban conjuntamente Polonia y Ucrania, en el estadio de Donetsk se enfrentaban las selecciones de Francia e Inglaterra. Por razones de lejanía, el estadio presentaba una mayoría de hinchas locales. Fue importante la sorpresa cuando durante gran parte del partido se oyeron gritos y canciones de apoyo a la selección rusa. Ello es una muestra de que el sentimiento que ahora enfrenta la región de Donetsk con Kiev no es nuevo, ni creado a raíz de la crisis de Crimea. Es un sentimiento arraigado con sus razones de ser.
El gobierno de Kiev ha perdido el primer pulso contra el movimiento secesionista prorruso en el este de Ucrania. Este movimiento aboga por la celebración de un referéndum para decidir el futuro de las regiones donde el ruso es el idioma principal. Las opciones que se contemplan son o bien seguir en Ucrania, pero reformando su funcionamiento hacia un sistema federal, en el que Kiev perderá parte de su poder, entregándoselo a las regiones, o bien independizarse por completo de Ucrania para acto seguido integrarse en la Federación Rusa.
Estas reivindicaciones puestas recientemente sobre la mesa de negociaciones casi en forma de ultimátum por los activistas prorrusos, realmente no son nuevas, y tienen su origen en la propia independencia de Ucrania, en la época de la desintegración de la Unión Soviética. Fue entonces cuando una parte sustantiva de ucranianos del este del país quedó en un estado independiente, con el que se identifican parcialmente, pero siempre que forme parte de una unión con Rusia.
Desde entonces esta región, en otras épocas una de las más ricas no solo de Ucrania, sino también de la misma Unión Soviética, ha visto cómo iban cerrando numerosas fábricas y minas de carbón de la zona. Los trabajadores de las minas han pasado de ser la élite muy bien pagada de una sociedad, la soviética, a ser un problema para Kiev. Si a ello le sumamos la polémica creada por los intentos de Kiev de impedir el uso del ruso como segundo idioma oficial del estado, tenemos parte de la explicación de los actuales problemas.
En los veintitrés años de independencia ucraniana, los oligarcas se han hecho con el poder de la economía. Estos personajes, como Rinat Ajmétov del propio Donetsk, son a partes iguales queridos y odiados. Queridos por sus obras, algunas faraónicas, y por sus inversiones en la zona. Odiados por que todo lo que tienen lo han obtenido empobreciendo al pueblo, dejando de pagar impuestos, impulsando la corrupción. Además aquellos afortunados que obtienen trabajo en sus empresas están, como comenta Vadim, de 23 años, desempleado de Donetsk, “en esclavitud permanente, trabajando muchísimas horas, y como te equivoques lo más mínimo, te echan sin mirar tu situación familiar o problemas personales”.
A esto se añade un estado cada vez menos funcional. La medicina o la educación públicas son cada vez peores y más caras. Esto junto a la poca estabilidad política en la que vive el país desde casi su independencia hace que la gente mire a sus vecinos. En el oeste de Ucrania es la UE, pero ese no es un plato de gusto de los ucranianos orientales. En el este opinan que sus empresas, ya de por sí vetustas, no tienen lugar en el sistema económico occidental.
Para mucha gente del este su lugar debe ser el histórico, la integración con el único mercado que sigue haciéndoles pedidos de sus productos, el mercado ruso. El único que puede garantizarles la modernización y supervivencia. Uno de los eslóganes de los manifestantes de Donetsk que resume la opinión de este sector prorruso es el que dice “mejor ser clase media en Rusia que esclavos en Europa”.
De esto se desprende, y muchos así lo señalan, que otro factor que atrae, es la estabilidad política que ha sabido darle Vladimir Putin a su Rusia. Los ucranianos identifican eso con la estabilidad soviética, un tiempo que ahora se recuerda con añoranza, ensalzando todo lo bueno, y olvidando todo lo malo que aquel sistema tenía para lo individuos.
Y es que a la gente le importan muy poco las libertades civiles cuando no tiene con qué pagar la luz, calefacción, gasolina o incluso la comida. Como comenta Elena de 38 años, camarera de Slovyansk, “nosotros estamos con Putin, lo que no puede ser es que la “junta” de Kiev nos vaya a subir desde el uno de mayo los precios del gas un 63%, la electricidad un 40%, y a todos los funcionarios los quieren limitar al sueldo mínimo, unas 900 grivnas (unos 60 €) tras impuestos”.
Estos razonamientos de índole económica son los que más se pueden oír entre la gente de la región. La situación económica es lo que preocupa y con lo que a distancia seduce Putin. La población simplemente asocia Rusia con la idea del socialismo existente en la Unión Soviética y el bienestar que ese sistema les proporcionaba.
Es innegable la existencia de un componente político en las protestas, pero todas estas protestas parten de una mala situación económica. En cierta manera, diferentes grupos, los prorrusos apoyados por Moscú o los oligarcas y políticos cercanos al gobierno del depuesto presidente Yanukovich, encauzan el descontento popular hacia unas vías políticas. Los hacen para mediante las protestas de la población lograr sus propios objetivos.
Los militares se van sumando
La revuelta anti Kiev va acompañada de militares que cada vez muestran menos simpatías por el estado que deben defender. Así, recientemente varios militares de la 25 brigada paracaidista se pasaban de bando junto a sus vehículos. Al poco tiempo el presidente de Ucrania, Turchínov, anunció la disolución de dicha brigada.
Una filtración del ministerio de defensa ucraniano daba un poco de luz sobre la deserción de los paracaidistas. En un documento interno se señala que solo los conductores de los vehículos eran militares permanentes. Al resto de los efectivos se les movilizó poco antes de lanzar la operación. Los soldados y oficiales simplemente no estaban preparados para operaciones militares como una operación “antiterrorista”.
Lo primero que hicieron los activistas rusos con los soldados ucranianos que se pasaron de bando fue alimentarlos y llevarles a asearse. Lo cual habla por si solo de la poca preocupación de Kiev por sus tropas.
Los problemas se le acumulan a Kiev. Con una población cada vez más descontenta, las próximas medidas de ajustes económicos pueden echar gasolina al fuego.
*Publicado originalmente en GARA (20/04/2014)